El Deportivo Chavos Banda trae la esperanza al 'territorio del apache'

http://www.theguardian.com/cities/2015/nov/10/el-deportivo-chavos-banda-trae-la-esperanza-al-territorio-del-apache

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“De mi infancia recuerdo los amaneceres después de un día lluvioso. El olor a tierra mojada. Que todos los animales salían: chapulines, hormigas, arañas. Muchos tipos de arañas diferentes. Si quería una caña, sólo tenía que ir a cortarla. Lo mismo con las calabazas o los jitomates. Había solamente tres casas en la franja donde yo vivía, todo lo demás eran sembradíos,” me dice Roberto Durán, creador, alma y cerebro del Deportivo Chavos Banda, un centro comunitario dedicado a impartir cursos y talleres culturales, deportivos y artísticos, ubicado en la delegación más poblada y con los índices de violencia más altos de la Ciudad de México: Iztapalapa.

Taria, una de las grafiteras más conocidas en la ciudad, recuerda la tierra, “había muchísima tierra antes de que pavimentaran”, y Fernanda Rodríguez, mejor conocida por su alias musical, MC Melodía del Santo Barrio, evoca “que antes de que todo estuviera pavimentado, había muchísimas ranas o sapos. Y cuando llovía salía a levantar piedras para ver salir las ranas.”

El tránsito de una zona netamente rural al caos suburbano que campa actualmente en Iztapalapa aconteció en menos de cuatro décadas y fue producto de la falta de planeación urbana característica de la Ciudad de México. La incapacidad para estructurar el crecimiento de la urbe ante la continua inmigración rural, así como la necesidad de reubicar a pobladores cuyas tierras fueron expropiadas para realizar obras e infraestructura (como el metro de la ciudad), generó suburbios atestados y causó diversos problemas en el suministro de los servicios básicos, empezando por el agua. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), de los 1.8 millones de personas que viven en Iztapalapa, el 35% viven en condiciones de pobreza. Con apenas 117 kilómetros cuadrados, si Iztapalapa fuera un país, sería el tercero más densamente poblado del mundo.

En un artículo publicado por El Universal, Héctor de Mauleón asegura que el 18% de los reclusos de la ciudad vivían en Iztapalapa antes de entrar a prisión. Sólo en la colonia Desarrollo Urbano Quetzalcóatl – ubicada a un costado del Deportivo Chavos Banda y una de las más peligrosas de la ciudad – viven más de 66 mil personas en 567 manzanas. En ellas, explica De Mauleón, el “39% de las casas cuenta sólo con un dormitorio. A lo largo de calles irregulares es posible encontrar dos mercados, dos hospitales, cinco iglesias, 48 escuelas y 453 establecimientos con venta de bebidas alcohólicas.” Muchos de estos establecimientos se dedican a “tirar vicio”, lo que significa que detrás de la fachada de típica tienda de abarrotes, se despachan todo tipo de drogas ilegales.

Desde que el presidente Felipe Calderón declaró la guerra al narcotráfico en el 2006, periodo durante el cual han ocurrido decenas de miles de asesinatos y desapariciones en México, el Distrito Federal ha sido considerado como una especie de burbuja refractaria a la violencia de los cárteles. En días recientes, al menos tres asesinatos con el brutal sello del crimen organizado ocurrieron en Iztapalapa comprometiendo el discurso oficial de las autoridades del gobierno de la ciudad empecinadas en asegurar que el crimen organizado no opera de manera coordinada y consistente en la ciudad.

A pesar de los problemas delincuenciales de la demarcación, durante la última elección para delegado en Iztapalapa, prácticamente todos los candidatos y las candidatas coincidieron en señalar el problema del suministro de agua como el problema más acuciante de la población. La red hidráulica es insuficiente e ineficiente. La escasez ha intentado subsanarse con alternativas que van desde la perforación del suelo, procedimiento que ha provocado serias grietas que han afectado a más de 14,000 viviendas y 25 escuelas, hasta el reparto de agua en pipas que en tiempos álgidos alcanzan precios muy altos. La desesperación ha llevado a graves conflictos vecinales.

Al caminar por los alrededores del Deportivo Chavos Banda, tratando de dimensionar lo que estas cifras significan para la realidad cotidiana de los habitantes de Iztapalapa, llegamos a un callejón en donde da comienzo una zona marginal conocida como el Barrio Negro. Antes de ingresar, nos detiene el brazo de Saúl, nuestro guía. “Este es territorio apache,” nos advierte, “hay que pedir permiso.” El encargado de concedernos el acceso es el Tiendas, un poblador nativo del barrio quien nos cuenta que durante su infancia el sitio donde está su casa era ocupado por un establo.

Después de caminar por callejones recónditos, llegamos a lo que el Tiendas denomina “el otro deportivo del barrio”: una cancha de futbol bardeada, con suelo de cemento y de apenas unos veinte metro cuadrados. Ese pequeño rincón representa una excepción en esta delegación en donde los espacios públicos, recreativos o comunitarios son tan escasos como el agua, problema sobre el que el Tiendas habla con un amargo encono: “No nada más es que tenemos agua sólo tres veces por semana, ¿has abierto al grifo? Apesta a madres, es pura agua estancada.”

Otra realidad

El Deportivo Chavos Banda está ubicado entre las calles José López Portillo y Arroyo Frío. Su superficie cubre una hectárea. En la entrada principal se anuncian diversas clases, desde capoeira hasta cultura de belleza, pasando por artes plásticas, guitarra, repostería, dibujo, hip-hop, baile, inglés, defensa personal, pintura textil, zumba y kung fu. Al ingresar al Deportivo, lo primero con lo que se topan los paseantes es un poste cuyos letreros simulan nombres de calles “Sé amable / Respeta / Cuida / Comparte”. A la derecha, hay una zona para realizar ejercicios aeróbicos, colonizada por el grupo de señoras que desde ahí pueden ver a sus hijos en el área de juegos. Un quiosco en el centro del primer cuadrante hace las veces de tiendita y en un costado se encuentra la zona de barra y un ring de box. Al frente se encuentra una cancha de básquetbol, seguida de una de futbol rápido que, recién inaugurada, debió ser la envidia de cualquier espacio deportivo del Distrito Federal. Al fondo hay una cancha de futbol de tamaño profesional, aunque sin pasto. Ésta es rodeada por una pista para correr, que es lo primero que se utiliza cada día: alrededor de las seis de la mañana, al menos una docena de señoras entran a caminar sobre la pista, bajo un firmamento que espera los primeros rayos de luz.

Al oeste, hay dos edificios. En la planta baja del primero hay una pequeña biblioteca, una sala de internet y una oficina de administración con dos letreros en la ventana: “Prohibidos los chismes”, y “Aquí tenemos de todo menos miedo.” A un costado del edificio más viejo, se alza aquél en el que se imparten las clases anunciadas a la entrada. Los sábados, a la 1 de la tarde, Juan Ramón Navarro imparte clases de dibujo en el salón de usos múltiples. Durante una de mis visitas, encontré sobre la mesa de trabajo, además de impresionantes bocetos de rostros y varios dibujos de desnudos femeninos, un ejemplar de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. “¿Y esto?”, pregunté.

Taciturno, parco y extremadamente puntual, JuanRamón Navarro abrió el libro en una página que tenía un marcador amarillo, justo sobre la siguiente cita: “Para Rubén Darío, como para todos los grandes poetas, la mujer no es solamente un instrumento de conocimiento, sino el conocimiento mismo. El conocimiento que no poseeremos nunca, la suma de nuestra definitiva ignorancia: el misterio supremo.”

“Es para que sepan por qué dibujamos desnudos femeninos,” me explica el maestro. Con el mismo semblante sereno, uno de sus dos alumnos, Maximiliano Jiménez, sostiene en sus manos La leyenda de la luna llena, de Michael Ende. “Uso los libros para que mis alumnos puedan atajar sus ideas, aclarar su mente. No puedes dibujar si no sabes qué es lo que hay en tu mente o si no la dejas fluir sin estorbarle,” explica Juan Ramón. Maximiliano añade, “No porque esté aquí el maestro porque nunca diría algo que no pienso, pero lo que más me ha enseñado él no es a dibujar sino a mirar, a observar las formas de la realidad, a ver el mundo con otros ojos.” Maximiliano tiene 19 años, Juan Ramón 27.

Ayudar a la comunidad a mirar el mundo con otros ojos es precisamente el objetivo del Deportivo Chavos Banda, cuyo siguiente proyecto es construir un auditorio en el que se puedan proyectar películas. “Quiero que este recinto pase a ser parte de la cartelera cultural principal de la ciudad,” ambiciona Roberto Durán, mejor conocido como el Flaco. “Lo que hacemos aquí no sólo repercute en la gente que viene, ayuda a transformar la mentalidad en otras partes. Los chavos y las chavas vienen aquí, ven que las cosas pueden ser diferentes, pueden estar bien hechas, tienen un espacio para estar y explorar sus talentos y esto los devuelve allá afuera con una mirada distinta”. No sólo son chavos y chavas los que visitan el Deportivo. Además de las señoras que rompen la noche con sus caminatas alrededor del campo de futbol, hay clases de aerobics para señoras mayores. Durante una de estas clases nos asomamos a tomar unas fotos y la instructora, mostrando el espíritu que reina en este lugar, grita “Ándenle huevonas, a abrir y cerrar las piernas como si estos chamacones estuvieran arriba de ustedes.”

Las pandillas

A pesar de que coloquialmente el recinto se conoce como Deportivo Chavos Banda y de que su nombre oficial se lo dieron las dos asociaciones civiles que lo constituyen, Organización Juvenil Revolucionaria (OJR) y Consejo para el Desarrollo Comunitario (Codeco), en una de las torres que sostienen la reja de la entrada principal se encuentran tatuadas las siglas BUI, Bandas Unidas Iztapalapa. Pese a su carácter anacrónico, el nombre BUI tiene un alto valor histórico y simbólico: el Deportivo Chavos Banda tiene su origen en el pacto que realizaron pandillas de Iztapalapa que se organizaron, primero, para convocar una tregua ante la creciente violencia callejera que azotaba la demarcación a finales de los ochenta y principios de los noventa, y segundo, para exigirle al gobierno que les otorgara un espacio en el que pudieran convivir estando a salvo de la violencia callejera.

El terreno era un lote baldío que hacía de frontera entre dos de las pandillas más violentas de la zona: los Dragones y las Ratitas Punk. Para comprender el fenómeno de las pandillas en el Distrito Federal hay que remontarse a principios de los años ochenta, década en la que la más famosa de éstas, Los Panchitos, alcanzó su auge sembrando terror y desconcierto entre las clases más conservadoras de la ciudad. Carlos Hank González, el político que acuñó la frase “Un político pobre es un pobre político,” era regente de la ciudad e hizo negocios millonarios al tiempo que creaba los ejes viales y destrozaba calles con camellones, desplegando una política pública que desde entonces desdeñaba a los peatones, no se diga a los ciclistas, especie urbana de muy reciente aparición en la ciudad.

Por entonces, el jefe de la policía era Arturo “el Negro” Durazo, famoso por sus recias políticas de extorsión y tortura, y quien luego sería encarcelado durante ocho años, entre 1984 y 1992. El Negro fue vinculado con importantes narcotraficantes como Rafael Caro Quintero. Muchos jóvenes de México, un país eternamente carente de oportunidades de desarrollo, encontraron en las pandillas lo que no hallaban en ningún otro sitio: un sentido de pertenencia, un recinto de protección.

El Flaco creció durante el auge de la cultura de las pandillas. “Al crecer la violencia te llega inevitablemente y no tienes de otra: te tienes que defender. La calle es la selva y es una selva muy cabrona,” explica Durán, que no sólo aprendió esta lección sobre el asfalto, también se la enseñó su padre quien mediante “ejercicios prácticos” le mostró que en la vida podía hacer de todo menos arredrarse. Roberto Durán mira a su padre con una mezcla de temor y respeto. Su hijo, me confiesa, ha recibido una educación diferente a la suya. Más amable y atenta. Menos revestida de tensión y de violencia. A pesar de todo, el Flaco vive agradecido con su padre - “Le debo mucho de lo que soy.”

De los 14 a los 25 años, el Flaco pasó la mayor parte de su vida en la calle, con todo lo que esto significa: “Estar en la calle con la pandilla es entregarte al vicio, a la maldad.” Tres cosas lo salvaron de correr la suerte de la mayoría de sus compañeros que se encuentran repartidos, casi en su totalidad, entre el panteón y la cárcel: primero, su habilidad para jugar futbol: este juego no sólo fue su sustento económico durante varios años, ya que en la calle jugaban apostando contra equipos de otros barrios, sino que le permitió conocer a personas de diversas pandillas; la segunda habilidad que le permitió al Flaco salir adelante fue su destreza para el tiro: la experiencia castrense, policial y pugilística de su padre, que era oriundo de Tacubaya, un barrio netamente boxeador, aunado a lecciones tempranas de Tae Kwon Do y a su carácter inquebrantable, hacían de él una figura recia y respetada, y la tercera y más importante de las virtudes del Flaco fue su afán por el conocimiento: además del valor que siempre le atribuyó a la instrucción, muy pronto comprendió desde la intuición una de las leyes máximas de las artes marciales: la mejor manera de evitar una pelea es no estando ahí: “Como yo estaba en la pandilla veía [la escuela] como un desestrés del barrio. El barrio te enseña que ni muy muy, ni tan tan. Si estás mucho tiempo en la calle te vas a topar con alguien más chingón y vas a estar en riesgo siempre. Entre menos tiempo estés en la calle, menos tiempo estás en riesgo.”

Si estás mucho tiempo en la calle te vas a topar con alguien más chingón y vas a estar en riesgo siempre

El Deportivo ha articulado uno de sus valores más importantes alrededor de la última de las virtudes que salvaron al Flaco. La posibilidad de albergar a personas de todas las edades, de ofrecer ocupaciones dentro de sus instalaciones para alejar a los chavos y a las chavas de la calle implica un cambio fundamental para la comunidad. El Deportivo es una especie de refugio que trastoca el orden del ecosistema callejero. Ahí, las personas pueden estar a salvo y pensar en sí mismas, dos situaciones que en el barrio son consideradas como un lujo. Roberto Durán es uno de los pocos miembros de la pandilla que consiguió un título universitario (es abogado); otro de ellos, Mario Urbina López (contador público), es el administrador del centro y forma parte del Consejo Directivo del Deportivo.

Para el año de 1991, el Flaco era un referente obligado cuando un miembro de la pandilla necesitaba algún tipo de gestión. Él era educado e inteligente, elocuente y astuto, podía hablar con políticos, leer denuncias o responder cartas. El día que habría de cambiar su vida para siempre, miembros de la pandilla le pidieron que los acompañara a platicar con Manuel Camacho Solís, entonces Jefe del Departamento del Distrito Federal y quien realizaría un mitin en la demarcación. La idea era hablar con él a como diera lugar, para expresarle de viva voz las demandas de la zona. Lo que el Flaco no sabía es que el plan de los “cincuenta y tantos” miembros de dicho grupo, “personas que te enchinan la piel, de ésas que ves a lo ojos y sabes que han matado a alguien”, era llevarse a Camacho Solís por la fuerza para exigirle que les fuera “expropiado” el predio en el que hoy está ubicado el Deportivo. Ante la avasallante superioridad numérica, las escoltas del funcionario nada pudieron hacer para detenerlos.

Para cuando llegaron al lote baldío la policía había sido notificada del levantón. Tuvo que ser una llamada del propio Camacho Solís la que tranquilizara a las fuerzas del orden: “Tranquilos, está todo controlado”. “Saben qué chavos,” – recuerda Durán las palabras de Camacho Solís – “los voy a ayudar. Pensé que hoy me iba a llegar la hora, que hoy era mi día. No me lo tomen a mal pero… ¡véanse en el espejo!”

Después de alcanzar un arreglo, el funcionario se fue y la agrupación de pandillas se sintió, desde ese momento, dueña del predio. Lo que no sabían es que el gobierno no estaba en posibilidades de traspasarles la propiedad pues ésta era privada. El propietario se enteró del asunto cuando ya era demasiado tarde. En términos estrictamente legales, el terreno sigue siendo ocupado irregularmente, aunque pocos espacios tienen una posesión tan justa como éste: un antiguo basurero utilizado por las pandillas para armar batallas campales hoy le pertenece a la comunidad y da servicios a cientos de personas.

Por esas mismas fechas, Roberto Durán vivió dos episodios que lo convencieron de que tenía que cambiar el rumbo: dos amigos suyos fueron asesinados en pleitos contra pandillas rivales. A uno de ellos lo ultimaron “en una pelea en la que nos dividimos en dos bandos, yo me fui a otro y a él le tocó en uno en donde le dieron en la madre. Y lo mataron bien cabrón, le dieron como 100 piquetes en todo el cuerpo, en la cabeza, le abrieron el estómago. Lo destazaron. Y no lo mataron ahí, murió frente a nosotros como a los diez minutos que lo veíamos desesperados sin poder hacer nada. Algo cabrón.”

Al otro lo mataron en una esquina, mientras esperaba al Flaco, quien no se presentó porque, a la mera hora, decidió acompañar a otro amigo suyo; éste iba a buscar un ajuste de cuentas con el tipo que le había bajado a la novia. “Yo no sé qué hubiera pasado si hubiera estado ahí, probablemente me hubiera tocado a mí también por no dejar testigos o algo. A él también lo mataron muy feo,” recuerda con una mirada abismada y lejana, montada en un semblante desarticulado, herido.

Como el predio no le pertenecía ni al gobierno ni a sus ocupantes, durante mucho tiempo las ayudas oficiales tuvieron que ocurrir por abajo del agua. En aquellos tiempos, el PRI fungía como una extensión del gobierno y realizaba funciones que el Estado no se podía permitir. Apenas habían pasado dos años desde que el primer gobernador de un partido diferente al PRI alcanzara una gubernatura y todavía faltaban seis años más para que el PRD ganara la jefatura de gobierno del DF. Roberto recuerda que las relaciones institucionales eran casi siempre con el PRI, que a cambio de presencia en eventos oficiales o, peor aún, de que prestaran servicios clandestinos como grupo de choque, les brindaba material para la construcción, les colocaba aulas desechables de lámina o, incluso, cuando comenzaron a hacer del Deportivo uno de los centros de arte urbano más importantes de la ciudad, les donaba latas de aerosol; eso sí, para poder justificar su adquisición, las latas tenían que ser de los colores del PRI: verde, blanco, rojo y negro. En una ocasión recibieron un donativo de 10 mil latas que “llevamos a tlapalerías y tiendas de pintura del barrio, para intercambiarlas al 1 x 2 por latas de colores diversos.” Cuando tuvieron suficientes latas de aerosol para pintar todas las paredes del Deportivo vino el primer golpe maestro, la primera idea genial: organizar una exposición de grafiti que sería amenizada con conciertos de ska y hip hop, evento conocido hoy como la Expo Chavos Banda.

Durante 17 años la Expo Chavos Banda fue uno de los eventos culturales y musicales más importantes de la ciudad aunque, por supuesto, por la ubicación y el perfil del evento, siempre tuvo un carácter underground. La grafitera Taria recuerda cómo “Te tenías que formar a las 7 de la mañana para que te dieran un pequeño spot en una pared para pintar pero no importaba, todos los grafiteros querían estar ahí. Además valía la pena la desmañanada porque el resto del día te quedabas a cotorrear ahí con la banda”. A una de esas expos fue invitado Koka Lep, artista internacional del grafiti, quien recuerda a la perfección como le pidieron que pintara su mural “porque sabían que dibujaba bien y me latía pintar con aerosoles”. El resultado del mural fue tan espectacular que a partir de ese momento Koka no dejó de tener trabajo y se convirtió en uno de los primeros artistas urbanos profesionales de la ciudad.

Desde aquella primera participación, Koka participó en muchas expos más y se transformó en figura de culto, no sólo en el barrio sino en los círculos grafiteros de la ciudad. “Aunque no puedes comparar la sensación del grafiti ilegal, que siempre tiene una dosis de peligro, con lo que hago ahora es una satisfacción muy grande llevar la calle a terrenos que eran tan ajenos a donde crecimos como un museo o incluso como circuitos de publicidad.”

Lo que más satisfacción le da sigue siendo aquel momento, intempestivo, en el que un paseante puede abstraerse de su día, de su circunstancia y tener una experiencia estética que le ofrezca una tregua a su mente y a sus ojos “para mí pensar que puedo ayudar a que durante unos momentos alguien piense en otra cosa, pueda salirse de sus broncas, de sus preocupaciones, viendo algún mural mío, es una satisfacción enorme”. En la misma línea, Taria busca “ayudar a chicas a que se acerquen a los aerosoles. Mucha gente piensa que el grafiti es sólo para delincuentes, para personas que no tienen estudios. Yo estoy estudiando publicidad y mercadotecnia pero no pienso dejar el grafiti nunca.”

Mucha gente piensa que el grafiti es sólo para delincuentes, para personas que no tienen estudios

La intuición ha sido uno de los valores fundamentales del Deportivo Chavos Banda. Ante la eterna indiferencia del gobierno, pronto comprendieron que tendrían que recurrir a organismos internacionales si querían conseguir ayuda. La ONU les otorgó un financiamiento de 10 mil dólares para comprar los aerógrafos con los que instalaron el primer taller del Deportivo, y han logrado apoyos de otras instituciones internacionales como el Detusche Bank o el Banco Interamericano de Desarrollo. La búsqueda de financiamiento ha sido una labor permanente. Aunque han sido beneficiarios de financiamiento público, como el que recibieron varios años a través del Programa Comunitario de Mejoramiento Barrial, creado por Martí Batres, hoy dirigente del partido creado por Andrés Manuel López Obrador, Morena, el Deportivo ha tenido que ingeniárselas para sobrevivir por sus propios medios ante la perenne utilización discrecional, arbitraria y, en muchas ocasiones, flagrantemente corrupta del dinero público.

Alianzas como la que el Deportivo mantiene con la Fundación Alumnos 47 han sido clave para su desarrollo, aunque no siempre han logrado materializarse en mejoras para el centro. Hace unos años dicha fundación, que contribuyó a diseñar y construir el edificio en el que hoy se imparten las clases y los talleres, financió un anteproyecto para hacer del Deportivo un centro autosustentable y ecológico que no logró conseguir los recursos necesarios para su realización. Frente a la entrada principal del edificio hay una barda con propaganda del PRD que dice “Más apoyo a artistas urbanos”, pero, como casi todo en la política mexicana, la fachada es siempre una promesa hueca.

Actualmente, la colonia Agrarista, en la que se encuentra el Deportivo Chavos Banda, está catalogada por la policía de investigación como punto rojo. Esto quiere decir que hay policías de investigación, vestidos de civiles, ingresando de manera clandestina en el Deportivo, además de operativos y arrestos en toda la colonia. La batalla entre pobladores de Iztapalapa y fuerzas del orden es milenaria, y no siempre la ganan éstos últimos.

En una ocasión, miembros de la policía montada fueron despojados de sus uniformes y sus caballos, tras haber abusado a golpes de uno de los miembros de la pandilla Los Chupones. Tuvo que llegar un comandante de alto rango a negociar la devolución de las bestias “los uniformes nos los quedamos nomás por chingar”. Conscientes de este antagonismo ancestral y de que la policía es cómplice o, abiertamente, partícipe de todo tipo de delitos; que van desde el narcomenudeo hasta el secuestro o la extorsión, las Expo Chavos Banda son autocustodiadas. “Claro que la gente puede traer su chela o su toque pero si se pasan de lanza nosotros nos encargamos”, ¿cómo? “Pues dándoles una zapatiza,” dice Durán con una sonrisa, consciente del eufemismo que está utilizando. Uno de los testigos de dichas tácticas es Óscar Flores Carranza, mejor conocido como Zaga, miembro fundador del grupo hip hopero Santísimo Barrio y productor de uno de los eventos de rap más importantes que hay en México: Retumba el Barrio.

Zaga llevaba un tiempo cargando con la intención de acercarse al Flaco y fue durante una Expo que encontró su oportunidad: “Un día había una expo y no tenían maestro de ceremonias y como todo el tiempo se me ha dado a mí la facilidad de palabra y eso lo hice yo. Ese día me invitaron una cervecita como en paga, digamos. Pero se me pasaron las cucharadas y ya andaba bien loco.”

Zaga pensó que había perdido la oportunidad de acercarse a los organizadores y con ello la posibilidad de tocar en la siguiente Expo, pero poco tiempo después el gobierno de la ciudad sacó una convocatoria para realizar una canción, en cualquier género, que invitara a los ciudadanos a utilizar las herramientas de transparencia a su disposición. El Flaco buscó a Zaga para que participara y Santísimo Barrio ganó el concurso.

MC Melodía, la única mujer del grupo y una de las pocas de la escena del hip hop en México, se refiere a la Expo Chavos Banda como el Festival Chavos Banda porque para los músicos es un festival, no una exposición. Y no es cualquier festival, “si quieres tener algún tipo de reconocimiento en la ciudad tienes que tocar en el festival Chavos Banda”, asegura la rapera que ha tenido que luchar por conseguir respeto y reconocimiento en un entorno eternamente machista. Tanto Zaga como Melodía dedican buena parte de su vida a su grupo, pero los impulsa más la idea de utilizar la música para ayudar a personas de su comunidad.

Yo entiendo a los chavos banda … No los justifico pero comprendo que crecieron así y que no han tenido de otra

“Yo entiendo a los chavos banda, les doy afecto y ellos responden. No los justifico pero comprendo que crecieron así y que no han tenido de otra,” explica Melodía, con ternura, a pesar de que ella misma ha estado en peligro; una vez salió de una fiesta y por meterse en un territorio no autorizado fue encañonada, en la panza, por el líder de la zona, “primero estuvo muy pesado pero luego llego una persona que me reconoció de una tocada y él logró tranquilizar todo. Ya después de que se alivianó todo hasta nos quedamos platicando ahí con ellos, es muy raro pero así cambian las cosas de un momento a otro”. Ambos imparten talleres para jóvenes y, sobre todo, se involucran con la gente que se les acerca porque han vivido en carne propia el poder transformador de la música: “La música nos ayudó para poder canalizar nuestras emociones y nuestras vivencias. Y en los talleres he podido conectarme con muchos chavos y chavas por ahí. Yo tengo muchos amigos y durante las clases se genera como una empatía mutua muy grande que hace que chavillos nos empiecen a seguir y vean que no todo tiene que ser desmadre y pleito,” concluye Zaga.

La música nos ayudó para poder canalizar nuestras emociones y nuestras vivencias

El proyecto musical de Chavos Banda se ha extendido y hoy contempla un salón de música equipado con dos baterías y tres guitarras. Moisés Martínez, el profesor de música, da clases de guitarra pacientemente a chavos y chavas que jamás han tenido contacto con un instrumento, mientras las baterías suenan a todo galope detrás suyo. Guitarrista autodidacta, entrega sus días no sólo a la instrucción musical sino a manejar la consola del incipiente proyecto de radio que comenzó este año en el Deportivo. Actualmente, la estación, que transmite por Internet, tiene sólo un programa los viernes por la noche, pero ya está en proceso de otorgar espacios a jóvenes que tengan proyectos específicos y temáticos para hacer programas de radio comunitaria.

Aunque la música fue sin duda la precursora de todo lo que hoy es el Deportivo Chavos Banda, los eventos musicales no siempre tuvieron una intención artística o social. En el año de 1995, Roberto Durán organizó la primera de siete Misa Rock que acontecieron en el Deportivo. La idea surgió a contrapelo de lo que sucedía en el barrio antagónico llamado Las Espinas, donde cada año se realizaba una tocada que conmemoraba el aniversario de la pandilla que dominaba aquel territorio. Durán quiso hacer un evento que no fuera una celebración de la cultura de la violencia sino uno que sirviera para reflexionar acerca de sus consecuencias. “Al principio cuando le platiqué a la pandilla mi idea de hacer un concierto de rock en el que hubiera una misa para conmemorar a los difuntitos, a los presos, a los desaparecidos, la banda reaccionó con escepticismo pero hubo otros que se prendieron y nos animamos”.

La única figura capaz de conducir dicho evento era el padre Chinchachoma, “un cabrón con ángel, un güey que estaba verdaderamente en otro pedo”. El padre Chinchachoma hablaba con la gente del barrio en su idioma y “la banda le hablaba con un respeto que no le tenían ni a su propio padre. Llegaba con la banda y les decía ‘Qué es esto güey, ¿mona? No mames, a ver, a la chingada esto, trae acá’ y él mismo se empezaba a forjar un churro y órale a rolarlo”.

Chinchachoma, de quien la leyenda urbana asegura que fue excomulgado por la iglesia católica, lograba domesticar a 1500 o 2000 punketos congregados para las tocadas que seguían a la misa, “Él entendía muy bien que aquí no puedes venir si no respetas lo que hace la banda. Y él lo respetaba. ¿Después qué haces con la banda? Lo que hacía el padre Chinchachoma. Empezaba a dar la misa y decía ‘Bajen mota, bajen chela, bajen activo y le van a dar unos minutos al Jefe’ y empezaba a hablarle a la banda en su idioma y todos escuchaban. Veías a los punketos más acá, durante la paz, agarrados de la mano, hincados, algo muy cabrón. A los que no querían les decía ‘A poco crees que te vas a convertir en puto sólo por darle la mano a otro cabrón, ¿pues a qué le tienes miedo o qué?’. Y se generaba una catarsis muy cabrona, veías hasta a los más recios llorando. Ahí te das cuenta de que la banda tiene cosas en el corazón que no tiene forma de sacar. Terminaba y decía ‘Ora sí, vamos a cotorrear y a divertirnos, eso sí cabrones sin desmadrar al prójimo eh’”.

Las Misas Rock llegaron a su fin cuando hubo un grupo de personas vio en ellas una oportunidad para hacer negocio: “Después se empezaron a distorsionar porque hubo una banda que veía cuánta gente venía y decía ‘Ay no manches, tanto cabrón, imagínate, vendemos unas grapitas, la mona de a diez’ y yo ahí dije ‘Saben qué, a la chingada, ¡le estoy financiando el negocio a estos cabrones!’. Hubo mucho vicio, mucho vicio. Y ahí dije ni madres, ya me pervirtieron este pedo”.

El reconocimiento de este problema explica la reticencia que algunos vecinos tienen al invocar el Deportivo. Aunque se reconoce de manera ubicua como una especie de oasis en un desierto de oportunidades, los excesos de algunos de los eventos multitudinarios han provocado cierta desconfianza entre la población local. No obstante, el balance al recoger opiniones sobre las labores del Deportivo es abrumadoramente positivo. “Al final yo aprendí a la mala que el respeto al derecho ajeno es la paz y eso es lo que tratamos de inculcar aquí, especialmente a las nuevas generaciones”, dice Roberto Durán, sintetizando uno de los asuntos nodales del centro que encabeza: el cambio de mentalidad que promueve en las generaciones del futuro.

“Como en cualquier lugar, en el barrio hay muchísimo talento pero hay pandilla que nunca tendrá la oportunidad de desarrollarlo”, me dice el Flaco. Es por eso que la programación de cursos y actividades no tiene límites en el Deportivo, “nunca sabes qué talento estamos dejando de cubrir”, añade. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México ocupa el último lugar entre sus miembros en educación y competencia. La educación no sólo es mala sino que también es escasa. La Universidad Nacional Autónoma de México, considerada la máxima casa de estudios del país, aceptó apenas al 8.9 por ciento de los aplicantes en el primer examen del 2015. De 128,519 estudiantes que presentaron el examen, sólo 11,490 obtuvieron un lugar. La labor educativa y formativa de centros alternativos a la educación formal es esencial en un país que tiene casi 54 millones de pobres, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política.

En este contexto, el Deportivo configura un espacio excepcional en donde todos caben. Esta visión se encuentra sintetizada por la postura que asume Juan Carlos Martínez Martínez el Vampiro, cinco veces campeón distrital de barra, un deporte que combina las pesas, la gimnasia y las acrobacias circenses, y que remonta sus orígenes a las prisiones del país. El Vampiro, toda una eminencia en dicha disciplina, ha sido artífice en la transformación de personajes como el Gato, un chico de apenas dieciocho años que acaba de terminar una condena de tres años por asalto con arma de fuego. “Yo no excluyo a la banda. Imagínate que llega un cabrón que viene bien drogado y tiene la intención de hacer barra, yo no los juzgo ni les pongo reglas. Si alguien viene en ese estado y lo abres pues tú solito le estás bloqueando el chance. Y el desprecio es muy canijo, a mí me pasó muchas veces. Así que vengan como vengan yo los acepto y trato de que lo intenten y de apoyarlos.”

El Vampiro es otro de los insólitos casos de rehabilitación dentro del Deportivo. Con tan sólo 14 años, como muchos jóvenes que no tienen oportunidades de estudio y desarrollo, se enlistó en el ejército, donde formó parte de las fuerzas especiales. A pesar de ser militar, el Vampiro no sólo no dejó la banda callejera sino que su estatus, disciplina y conocimientos castrenses le dieron un liderazgo que fue utilizado de manera violenta durante varios años. “Yo era como que el perro de ataque de la banda,” me dice antes de confesarme la brutal adicción al alcohol y a las drogas que padeció antes del problema que tuvo, expresión eufemística habitual utilizada para referirse a asuntos penitenciarios.

Uno de los aspectos más desoladores de México es la total podredumbre de sus instituciones. Desde las autoridades electorales hasta los más altos niveles de gobierno, la impunidad es absoluta y la justicia no es sino un instrumento político al servicio del poder. Dentro de las instituciones más corruptas y degradadas del país se encuentran los Centros de Rehabilitación Social (Cereso) o reclusorios, desastre mayor de un sistema recientemente evidenciado por la fuga del Chapo Guzmán de la prisión de más alta seguridad del país. “Un reclusorio para un drogadicto es lo mejor que pueda haber porque puedes hacer lo que tú quieras. Ahí no hay quien te juzgue y no hay límite de nada”, me dice el Vampiro, quien también me confiesa haber vivido en un permanente estado de hacinamiento “y eso está muy cabrón porque ahí no hay para donde correr, si te metes en un pedo por la noche tienes que caer a tu cantón sí o sí”. Eso no quiere decir que en la cárcel no exista la oportunidad de aprender. “En el barrio hay tres escuelas,” me explica Durán, “la escuela tradicional, la calle y la cana.” Y es que la cárcel te puede enseñar mucho: la mayoría relacionado con el crimen. Secuestradores, extorsionadores y narcotraficantes operan desde sus celdas sin el mayor empacho.

“En la cárcel lo que tienes es todo el tiempo libre del mundo,” me dice Héctor Solís, compañero del equipo de barra del Vampiro. Solís purgó tres años en el Reclusorio Sur y utilizó, al igual que el Vampiro, la barra como medio para pasar los días. “Yo usaba la barra para desestresarme y para mantenerme ocupado y lejos de tentaciones porque ahí dentro es una tensión permanente, tu vida está en juego en cada segundo. Nunca sabes cuando una mirada, un mal gesto, el mal viaje de alguien puede acabar con tu vida”. Después de rozar la muerte a consecuencia de su consumo de alcohol y drogas, el Vampiro transformó su vida gracias a una férrea disciplina en la barra. Hoy casi duplica los 45 kilogramos con los que ingresó a la prisión y se dedica a ayudar a rehabilitar adictos y personas interesadas en cultivar el deporte por el que él profesa una devoción absoluta y en la que considera su casa, el Deportivo Chavos Banda.

Después de haber visitado las entrañas del Deportivo Chavos Banda y de haber caminado por sus alrededores; tras haber tenido largas conversaciones con sus fundadores, participantes y protagonistas, hacía falta un ángulo más para terminar de comprender las implicaciones de un espacio así en una demarcación como Iztapalapa: una vista panorámica. Guiados por Roberto Domínguez, conocido en el barrio como Tablota por su imponente estatura y físico, partimos del Deportivo a las 6 am con la intención de ver el amanecer desde la punta del cerro del Molcajete. Saúl, un fiel colaborador del Deportivo, y Moisés, el maestro de música, se unieron al convoy que partió rumbo a la frontera entre Iztapalapa y Tláhuac.

Estacionamos los coches frente a un inmenso altar en donde convivían la Santa Muerte (ataviada con un vestido mexicano, supongo, por las fiestas patrias) y una imagen de Jesús Malverde. Ahí esperamos a que saliera el Güero, el hermano menor de Tablota y su extrañamente tierno y asustadizo pitbull Tomás. Atravesamos una colonia, como muchas que hay en Iztapalapa, en permanente estado de construcción, y llegamos finalmente a las faldas del cerro. La oscuridad del entorno sólo se veía opacada por la negrura total que el cerro prefiguraba con una hermosa e intimidante silueta. “Mira el suelo, pura pinche grava, por eso le están partiendo la madre al cerro,” explica Tablota mientras avanzamos por meandros entre la maleza. Para un caminador inexperto, la grava puede ser una versión light de arenas movedizas. El ascenso intercalaba la cábula del equipo con intervalos para recuperar el aliento.

Yo siempre quise pertenecer a algo, ser parte de un grupo. Antes la única opción era en la calle, ahora ya no es así

Conforme la luz comenzó su preludio y leves tonos rosas y azules comenzaron a parir las formas circundantes, pudimos observar que en el costado de nuestra ruta de ascenso había un gran hueco, ocasionado por la erosión que han provocado las máquinas excavadoras que aquí extraen los materiales de construcción. “A este paso en unos años adiós cerro,” espetó el Güero. La subida no estuvo exenta de pequeños peligros. Un par de maniobras al margen de “voladeros” que caen más de mil metros hicieron que las bromas en el grupo fueran reemplazadas por un silencio solidario. A la distancia, una miríada de luces trémulas asemejaban los últimos resquicios de brazas ardiendo sobre las cenizas de un fuego extinto.

Al llegar a la cima, la luz parecía doblarse en el firmamento y el paisaje estaba imbuido de una engañosa sensación de armonía.

“¿Ves allá? Allá está la ciudad perdida en el pasaje San Juan, eso parece favela brasileña, está bien denso. Y mira allá, al lado de la unidad está el Frente Francisco Villa, hay partes de la colonia que están enrejadas”, instruye el Güero. “¿Para protegerse de los ladrones?” replico, “Más bien lo enrejaron las ratas.” La densidad urbana contrastaba con el amanecer, a banderas desplegadas, que cubría la distancia entre los otros dos cerros de Iztapalapa: el de las Minas y el de la Estrella, donde cada año se realiza la célebre Pasión de Cristo que recrea la crucifixión en uno de los eventos más fascinantes y multitudinarios de toda la ciudad.

Una especie de marea inmóvil de techos y fachadas grises, con esporádicas muestras de color, camuflaba, a través de una vista espectacular, la vida a ras de suelo. En las colonias que rodean las faldas de los cerros la existencia es todo menos armoniosa y la prefiguración de la densidad poblacional de la zona volvía por momentos menos respirable el aire, más espeso. Al trazar una circunferencia sobre nuestro propio eje, nos percatamos de que, a un costado de la pequeña colina que está siendo lentamente devorada por el Paraje San Juan, aún hay campos verdes con plantíos de maíz y grandes extensiones de tierra. Dichos paisajes invocan la Iztapalapa de hace treinta años, aquella en la que debajo de las piedras se escondían ranas y sapos, cuando los caminos de tierra se inundaban formando canales donde nadaban los ajolotes.

Más a la derecha de este pequeño resquicio verde, la zona de Chalco y sus asentamientos suburbanos configuran una tenaza letal que anuncia la pronta extinción de la vegetación. En los linderos de la cima, un voladero intimidante exuda vacío y produce un vértigo insoportable. Todo aquel que ose asomarse por el acantilado, verá a través de su nada espeluznante un espejo que invoca las zonas más recónditas de la mente. Abajo, unos camiones continúan, como una empeñada colonia de hormigas, arrastrando poco a poco el cerro hacia su muerte.

Para bajar hay que descender por una pendiente inclinada y de pura grava. Tablota había anticipado este momento desde el inicio de la expedición y por consiguiente se le concedió el honor de ser el primero en dejarse ir por la ladera. La imagen de un hombre de casi 1.90 de estatura y una corpulencia intimidante corriendo, riendo y rodando por la ladera sintetiza lo que el Deportivo Chavos Banda ha sido capaz de hacer por su gente: restituirles el derecho a la alegría. Antes de enrolarse en el Deportivo, Tablota padecía un alcoholismo galopante que lo llevó a la cárcel. Después de un día entero de alcohol, en una de las ciudades perdidas a las faldas del cerro, se desplomó en la calle. Horas más tarde una torreta lo devolvió confusamente a la conciencia. Dos jóvenes pasaron corriendo a su lado. Cuando los patrulleros llegaron al sitio en donde yacía, decidieron que sería él quien pagaría por el robo de un estéreo viejo y 50 pesos que acababa de ocurrir a unas cuadras.

Tablota pasó un año en la cárcel y no salió hasta que un juez se dignó atender su caso: ante la flagrante ausencia de indicios o pruebas, fue puesto en libertad. “Yo siempre quise pertenecer a algo, ser parte de un grupo. Antes la única opción era en la calle, ahora ya no es así,” me confiesa.

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Alrededor del Deportivo Chavos Banda los individuos existen bajo el amparo de una comunidad que lo mismo enseña que se nutre de sus miembros. El maestro de capoeira, por ejemplo, regresa al Deportivo muchos años después de haber sido alumno de unas clases de dibujo que “marcaron mi juventud”.

“La meta a largo plazo es que esto pueda funcionar sin que yo tenga que encargarme de ello, que tenga una vida propia,” dice el Flaco del lugar que representa uno de los pocos antídotos efectivos para un país donde la muerte ha pasado de ser célebre por los rituales que se configuran alrededor de ella a un insoportable horror cotidiano. La corrupción, el abuso y la opresión han sido tan prolongados en este país que han anestesiado nuestra capacidad para creer. El proyecto revolucionario del Deportivo Chavos Banda, además de ser un espacio de verdadera transformación de la comunidad, ha logrado invocar una noción que se ha convertido en un rara avis de este territorio agreste: la esperanza.

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